20110617




Hace poco menos de tres años conocí por casualidad a una chava que me cautivó a primera vista. Morenita, ojos aceituna, cabello largo, piernas bien formadas. Platiqué con ella para una entrevista de la cual no daré más detalles y, con el pretexto de que algo podía faltar para el reportaje, le saqué el teléfono.

Efectivamente, algo faltó y, por razones del destino, terminé en la cena de año nuevo en casa de sus abuelos. Tres meses después me atreví a enviarle un mensaje. Me contestó, platicamos, le hablé, nos reímos, la invité a comer, saboreamos un fondue y una ensalada, volvimos a hablar, fuimos al cine, nos mensajeamos, no la volví a ver.

Nunca volvimos a hablar. Lo único que quedó de esas dos citas fue una felicitación en el muro de Facebook cada año. Ella ya está comprometida, y cuando veo sus fotos no me gusta como antes, cuando me ponía nervioso antes de apretar send en mi celular.

Fue uno de esos enamoramientos fugaces, sin mucha importancia, pero cada que escucho esta canción de Pete Martin y Tim Healey lo recuerdo todo.

Coburn - Razorblade

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